Cuando me emociona mucho una producción la recalco incansablemente en mis comentarios del blog, por ello recomiendo (otra vez) esta grandiosa película que todos deberían ver. Presentada con aplausos unánimes en la 52 edición del Festival de Cannes, la obra maestra del autor de Terciopelo Azul y Corazón Salvaje le da la vuelta a sus oscuras obsesiones para mostrar, con otro ritmo, a un cineasta limpio y renovado, luminoso y en plena forma, siempre fiel a sí mismo. Basada en un hecho real sucedido en 1994, la película retrata la epopeya de un anciano (Richard Farnsworth) terco, obsesivo y excéntrico que cruza Estados Unidos en un tractor para reunirse con su hermano moribundo al que no ve desde que era joven. Emoción y buenos sentimientos llegan de la mano de un cineasta que se había acostumbrado a las tinieblas. Una parte de la crítica había afirmado que toda esa fuerza narrativa podía encontrarla más en la maldad y en la sombra que en la bondad y la luz, en la sordidez y lo extraordinario que en lo cotidiano y la normalidad, en la complejidad que en la sencillez. Esta tesis se extraería a la luz de “Cabeza borradora”, “Terciopelo azul”, “Carretera perdida” o “Mulholland Drive”, donde lo enigmático, los mundos oníricos y paralelos o la confusa identidad de sus personajes dejan en el espectador un poso de inquietud y perplejidad. Estos mismos serían los que sostienen que habría otro David Lynch –el de “El hombre elefante”– con un sentido de lo humano más poético y con una búsqueda de emociones, una mayor sencillez y ortodoxia clásica en su narrativa. En esta línea se incluiría –según ellos– “The Straight Story”, una historia verdadera, cotidiana y llena de bondad, que no huye de la realidad y que penetra en la interioridad del personaje sin salidas escapistas que busquen respuestas más allá del propio individuo: en este caso, y a diferencia de las primeras, sí sería posible acercarse y entender la película con una lógica racional.Ciertamente, algo de esto se aprecia en el caso que nos ocupa, con una puesta en escena sobria, donde se mantiene un único punto de vista durante toda la película –el del anciano Alvin Straight–, sin necesidad de alambicados quiebros narrativos espacio-temporales, y donde se busca mostrar la realidad más verosímil a partir de un hecho real publicado en el Reader’s Digest: Alvin vive en Iowa con su hija Rose, mujer madura y muy cariñosa, que arrastra un pasado doloroso desde que perdió la custodia de sus hijos por su incapacidad mental para educarlos. Un día, Alvin recibe la noticia de que su hermano Lyle –con el que no se habla desde hace diez años– ha sufrido un grave infarto, y se plantea reconciliarse con él antes de que uno de ellos se muera; al no permitírsele conducir, decidirá recorrer los más de 500 kilómetros que les separan en una cortacésped. Así se inicia un recorrido por las carreteras de una América profunda que Lynch conoce bien, pero cuyos personajes podríamos encontrarlos en cualquier otro lugar: la caracterización de cada uno de ellos, su capacidad para introducirse en su interior y mostrar sus deseos ocultos y sus inquietudes nos hablan –en contra de la postura apuntada más arriba, y aparte de otras semejanzas estéticas con el resto de sus películas– de un único Lynch, que se postula como un gran conocedor del alma humana. No importa si se acerca a ella desde la realidad o desde un mundo onírico e irreal: en cualquier caso nos habla de lo que llevamos dentro, lo que no se ve, de dónde venimos y hacia dónde vamos. En este sentido, no es casual que la carretera sea una constante en su filmografía y que se nos ofrezca como una metáfora de la vida que cada uno debe recorrer, tomando un desvío a la derecha, saliéndose de ese carril delimitado por las rayas pintadas de blanco –con unos planos que nos llevan a “Carretera perdida”–, parándose en una taberna o en un camping, recorriéndola en una cortacésped o en un buen coche en el que solo varía la altura y la velocidad. Alvin es un viejo al que la vida le ha enseñado a separar el grano de la paja, a dar importancia a lo que realmente la tiene. La misma testarudez que le ha llevado a romper con su hermano por orgullo –“Ira, vanidad y alcohol; una historia tan vieja como la Biblia. Caín y Abel”, según sus palabras– le lleva ahora a emprender esta odisea de reconciliación, y así poder volver a sentarse a su lado y ver las estrellas. Un viaje de purificación que debe “hacer solo y terminar como empezó”, sin ayuda, porque así lo requiere su espíritu: es una historia personal, de hermano a hermano, que no necesita de palabras sino de hechos, y de una mirada de perdón y reconciliación. El guión es excelente y la sencilla trama discurre ágilmente y sin empantanarse, algo perfectamente compatible con el ritmo lento y pausado que le imprime: es el tempo apropiado para la contemplación del alma, de la vida, de la naturaleza; es el necesario para poder pensar al mirar las estrellas o mientras se conduce la cortacésped a 10 Km/hora…. y también para sentir las cosas importantes en la vida. En todos los casos, siempre humanidad, siempre comprensión y solidaridad, siempre una mirada de afecto y de sencillez para aprender a vivir y a descubrir lo que los otros llevan dentro. No hay voluntad de adoctrinamiento ni mensajes morales, sino humanidad, emotividad contenida que no cae en la sensiblería… y un cine de primera magnitud. Al magnífico guión hay que añadirle una soberbia dirección de actores, con un Richard Farnsworth cuyos ojos muestran el peso de los años, con sus errores y un dolor sereno, o una SissySpacek que borda un personaje difícil por su apariencia fronteriza y de cierta ensoñación. El tratamiento del sonido y la partitura de cuerda de Angelo Badalamenti refuerza ese estado interior de bondad y necesidad de purificación, mientras que la fotografía de Freddie Francis es asimismo elocuente sobre esa necesidad de contemplar lo bello, de adquirir cierta altura sobre los problemas cotidianos –no en vano, la cámara muchas veces adquiere una perspectiva aérea a través de campos y carreteras, mientras que en otras adopta un tono subjetivo desde la propia cortacésped–. Narrativamente, Lynch se sirve de constantes encadenados con los que aporta un dinamismo sosegado, alternados con fundidos en negro con que nos brinda momentos de contemplación y reposo. Como los grandes, Lynch ha realizado una road movie interior o un magistral western que se dirige hacia lo más profundo del hombre, aprovechándose de una historia sencilla llevada con buen pulso narrativo y una encomiable y bella puesta en escena. Todo ello hace que se pueda considerar como una obra maestra, repleta de sensibilidad y de inteligencia.
Fragmento del argumento (uno de mis momentos favoritos)
—Mi hija Rose es… hay algunos que dicen que es algo lenta, pero no lo es. Tiene una mente que atrapa todos los detalles. Se preocupa por tener la casa ordenada y fue una buena madre. Tenía cuatro hijos. Una noche, alguien estaba cuidando de los chicos y hubo un incendio. Su segundo hijo sufrió quemaduras muy graves. Rose no tuvo nada que ver con ello, pero debido a cómo es Rose el Estado decidió que no estaba capacitada para cuidar de esos niños y se los quitaron. No pasa un sólo día sin que ella sufra por esos niños. Cuando mis hijos eran pequeños solía jugar a un juego con ellos. Le daba una ramita a cada uno, una ramita, y les decía: “Rompedla”. Podían hacerlo, era muy fácil. Luego les decía: “Atadlas todas juntas y tratad de romperlas”… No podían. Entonces les decía: “Esas ramas juntas es la familia”.
4 comentarios:
muy buena película, que no es más que lo que su título deja ver!!
Saludos Sospechosos!
Solo diré una cosa: NO PUEDO CON ESTA PELÍCULAAAA!!!! jjj...
Saludos.
Encontré tu blog buscando por internet hará unas semanas y hoy me animo a poner un comentario...
Estoy de acuerdo con tu crítica, película muy muy recomendable, aunque igual no la consideraría tanto como una obra maestra.
Yo también tengo un blog de cine si te quieres y si quieres intercambiamos links www.project-fightclub-mayhem.blogspot.com
Saludos
Sencilla, directa y tremendamente emotiva. Me encanta, como todo el cine de Lynch.
Saludos!
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