The Squid and the Whale (El Calamar y la Ballena/Una Historia de Brooklyn). Esta película, titulada originalmente The squid and the whale y dirigida por Noam Baumbach en 2005 es la prueba indiscutible de que el cine norteamericano, si quiere, puede seguir siendo una fábrica de excelentes películas, de espaldas a eso que se llama glamour, a las superproducciones de gastos enormes, a los efectos especiales. Desde una perspectiva absolutamente honesta, sincera, desnuda (hasta el punto de que no está exenta de autocrítica), la película habla del desmoronamiento de una familia modelo (la típica familia americana de profesionales liberales con que durante décadas nos han bombardeado en telefilmes y series televisivas de media hora), del despertar de un sueño, y de cómo ese derrumbe afecta con diferente intensidad y de distinta forma a cada uno de los miembros del grupo humano que está haciendo agua. Y lo hace sin almíbar, sin lágrimas, sin moralina, sin toda esa carga azucarada tan habitual del cine norteamericano.
Bernard (un extraordinario Jeff Daniels) fue en otro tiempo un escritor de fama que se fue a vivir con Joan (espléndida Laura Linney) a una de esas viejas casonas de madera de Park Slope, en el corazón del Brooklyn más bohemio de los años setenta (con decir que el tipo conduce un Peugeot en Estados Unidos se dice todo). Su plácida vida allí, entre libros y clases en la Universidad se ha enriquecido con los años y el nacimiento de sus dos hijos, Walt y Frank. Pero nada dura siempre, y a mediados de los ochenta Bernard ya es un escritor del pasado cuyos libros nuevos no llegan a la vez que sus antiguas y recordadas obras cada vez quedan más relegadas en los estantes de las librerías. Walt es un adolescente que tiene a su padre en un pedestal; a él recurre cuando nacen en él las ambiciones literarias, y más aún cuando empiezan sus devaneos amorosos con sus compañeras de clase, las dudas sobre las chicas, el amor, la condición social de su novia y los problemas que la diferencia de extracción de ambos pueden provocar a la larga, etc. Joan, tras mucho tiempo intentando decidirse, se ha lanzado a su propia aventura como escritora para la que sus amistades y contactos editoriales le han augurado un futuro inmenso (en contraposición al hundimiento cada vez mayor de Bernard, fuente de celos profesionales además de los personales). Frank, por otra parte, se limita a ser un niño de doce años, que ya es bastante. Cuando Bernard y Joan anuncian a sus hijos su voluntad de separarse, todo estalla: los fracasos de Bernard y los éxitos de Joan envenenarán aún más una relación en la que ha habido más infidelidades de las que pueden sospecharse. Walt se desorienta de tal modo que echa a perder sus relaciones con sus novias, además de ser la vergüenza del instituto cuando descubren que “Hey, you”, la canción que ha interpretado en el último festival, no es suya como él dice, sino de Pink Floyd (”sentía que podía haberla escrito yo, así que el hecho de que ya estuviera escrita no dejaba de ser un mero tecnicismo”). Quien peor lo pasa es Frank, que empieza a emborracharse con cerveza y a hacer públicos los avatares sexuales de su madre con sus diferentes amantes (entre ellos, William Baldwin). La nota de encanto la pone una crecidita Anna Paquin (la niña de El piano), seductora, sensual y encantadora, como la joven estudiante que empieza una relación con Bernard y con la que Walt está deslumbrado.
La película, cómica y triste a un tiempo, conmovedora repleta de diálogos magníficos, en los que se retratan por igual el dolor y la amargura y los episódicos momentos de armonía, derrocha sinceridad, cercanía y ternura, y es a la vez implacable y extremadamente divertida, a pesar de sus escasos noventa minutos de duración (otro valor a añadir). Las interpretaciones son magistrales, soberbias, de una contención envidiable, y los jóvenes que interpretan a los niños Jesse Eisenberg y Owen Kline no parecen debutantes, sino intérpretes maduros.
Si a eso añadimos una puesta en escena sencilla pero eficaz, unos diálogos ácidos e hirientes, y el fiel retrato del hundimiento cotidiano que supone una separación (reparto de fines de semana, acuerdos económicos, la confusión y catálogo de contradicciones que lleva consigo una ruptura, más si cabe cuando hay hijos de por medio), tenemos ante nosotros una película de factura impecable, de sabor agridulce y profundidad más que notable, en la que se realiza un análisis veraz y sincero de las relaciones humanas y de la cercanía de sentimientos tan contrapuestos como el amor incondicional y el rencor enconado. Fantástica película, uno de los mayores y mejores tesoros escondidos de los últimos años.
Lo Mejor: Un guión que roza la perfección y Owen Kline.
Lo Peor: que sea desconocida por muchos. HAY QUE VER ESTA PELICULA ¡
Pues lo siento, pero esta peli me parece un tanto desquiciante, me exasperan sus diálogos y su superficialidad a la hora de mostrar la separación de los protagonistas (Linney es lo mejor del film). En fin, una propuesta interesante pero sin garra. Saludos.
Me encanta el humor acido del film, y como pretende burlar a los intelectuales, mostrándolos un poco como lo que son. Son dos puntos de vista diferente, esto es lo bueno del cine.. Un Saludo
2 comentarios:
Pues lo siento, pero esta peli me parece un tanto desquiciante, me exasperan sus diálogos y su superficialidad a la hora de mostrar la separación de los protagonistas (Linney es lo mejor del film). En fin, una propuesta interesante pero sin garra. Saludos.
Me encanta el humor acido del film, y como pretende burlar a los intelectuales, mostrándolos un poco como lo que son. Son dos puntos de vista diferente, esto es lo bueno del cine.. Un Saludo
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